Todo empezó como empiezan todos los sueños. Como algo pequeñamente grande. Fue en la sala de un hotel del centro de Madrid donde escuché la voz vigorosa de Mabel Lozano que dijo que sí, que a Tribus de la inquisición, la crónica que escribí y había conquistado el Premio Rey de España de Periodismo, ella la llevaría al cine, a ese territorio donde navega con sus dotes de artista comprometida con la realidad sin maquillajes, para recorrer los peores territorios con su mochila de trotamundos, bajo el único pretexto de inmortalizar la vida en carne y hueso y la muerte en viva presencia. No sabíamos a qué puertos nos llevaría meternos en las aguas mortales de los linchamientos, donde seis jóvenes fueron quemados en junio del 2013 en la plaza de Ivirgarzama, un pueblo de Bolivia que también es conocido por formar parte del territorio productor de la hoja de coca y del narcotráfico.

Meses después Mabel Lozano llegó a Bolivia para meterse en el estómago de la bestia. Lo hizo arropada del equipo de producción que ya sabía sobre los entretelones que se ocultaban en el escenario de la barbarie. Así, rodábamos de día y nos íbamos a dormir a otro pueblo, para no despertar la curiosidad de quienes pudieran sentirse incómodos. A pesar de la prudencia, fue en el cementerio, donde está enterrado Roberto Ángel Antezana, el primero de los dos linchados que murieron como efecto de los golpes y de las quemaduras, donde aparecieron las preocupaciones. Los vecinos salieron de sus casas, preguntar a qué habíamos llegado, por qué teníamos cámaras y especulaban que éramos profanadores de tumbas… Sabíamos que ese era uno de los casos en los que era aconsejable rodar y mandarse a cambiar.

En el rodaje, muchas voces rompieron el silencio. Voces que palpitan en el documental. Un documental que a estas alturas ya marchó con su mochila al hombro por muchos festivales de cine de los continentes, recogió varios premios y fue nominado a los consagrados Premios Goya 2018 en la categoría de Mejor cortometraje documental. Con todo ello, Tribus de la inquisición es un corazón que palpita en la palma de la mano, en la mirada de todo aquel que ha entrado en su mundo a través de la pantalla grande.
Muchas personas me han preguntado ¿cuál que es el cáncer mayor que tiene la especie humana? No me costó responder. Dije que el asesinato a golpe de manada, la furia colectiva que quita la vida a supuestos delincuentes a punta de culatazos y de fuego salvaje, bajo pretexto de estar haciendo justicia por mano propia y luchando contra la delincuencia que ni la Policía ni los jueces son capaces de combatir con solvencia de ley.
Después de haber rodado Tribus de la inquisición, los linchamientos no cesaron. Hace unos meses quemaron a Jhonny Pizarro Miranda. Lo mataron a sus 38 años, a plena luz del día y lo mató una multitud en San Julián, cerquita de Santa Cruz (Bolivia), después de atormentarlo hasta convertirlo en un alma en pena, arrastrando un viacrucis de muerte, asistiendo a su propio entierro. Sus verdugos: la misma turba de siempre, la que prende el fósforo y lo arroja al cuerpo asustado, la que alista la soga y grita y golpea al calor de la furia. Luego, cuando ya ha cometido el crimen, esa turba se retira desahogada, sin golpearse el pecho y aplica la ley del silencio. Nadie fue porque fueron todos.
Johnny había sido detenido días antes junto a otras tres personas, acusado de asesinar a un muchacho de 17 años que trabajaba como mototaxista. Fue arrebatado de las manos de unos policías carentes de autoridad y débiles para sentar la mano a esa barbarie que solo dejó de martirizarlo cuando sintió el cuerpo frío de este hombre que pedía, con una voz de pajarito, que alguien le ayudara, que se apiadasen de él…
No era la primera vez la Policía era superada. En Ivirgarzama, hace pocos años, se entraron a la carceleta rompiendo candados, sacaron a golpes a dos presos acusados de ladrones, los ataron y metieron el centro de llantas de camión y les prendieron fuego para que se quemen vivos en la acera de la mismísima Policía. Cuando los cuerpos se convirtieron en calaveras, dos policías espiaron por la ventana para saber si la furia había terminado y después salieron, recogieron los cráneos y los colocaron en una urna, bautizaron a los restos óseos con los nombres de Pedro y Pablo y los martes les prenden velas para pedirles milagros, para que impidan que ocurran nuevos linchamientos.
No sé cuántos ya son los muertos. Pero sí sé que con cada persona que la gente mata, la humanidad retrocede hacia el terreno de lo bestial y los derechos humanos son nuevamente derrotados. Una y otra vez. La fuerza de la repetición en carne viva. Una sociedad enferma, extraviada, hambrienta de una sangre que no deja de correr, porque a estas alturas, ya son ríos los que fluyen a lo largo de esta historia, la historia de los ajusticiamiento por mano propia y de la falta de castigo contra esas tribus de la inquisición que ha convertido cuerpos de hombres vivos en antorchas medievales. El pueblo observa en la plaza del paredón y el ojo de Mabel Lozano da vida a esta historia para que nunca más en este mundo ningún vecino mate a otro vecino bajo el pretexto de luchar contra la delincuencia que la justicia ordinaria no puede combatir.
Trailer Tribus de la Inquisición from mabel lozano on Vimeo.
Roberto Navia Gabriel
@RobertoNaviaG
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