Para la mayoría de los occidentales, India es uno de esos países que, o bien ejerce una atracción irrefrenable o suscita recelos tan inconmensurables que algunas personas acaban tachándolo de su lista de posibles destinos a los que viajar. Sin embargo, a menudo la vida no nos deja demasiada elección y nos aboca a tomar decisiones que, en realidad, son fruto del azar.
Para muestra un botón: una servidora se encontraba en un terreno intermedio entre la atracción y las reservas hacia el mencionado país, pero hete aquí que una de mis sobrinas, estudiante en Escocia, conoció allí a un estudiante indio, surgió el amor y decidieron casarse, primero en Glasgow donde residen y luego, un año después del matrimonio civil, en Mumbai, megaurbe de 20 millones de habitantes, quinta ciudad del mundo y capital financiera y comercial de la India. Así pues, la fecha de tan feliz evento se fijó para el 28 y 29 de diciembre del pasado 2024, porque en India no basta con un solo día para celebrar las nupcias. O sea que, para la que suscribe estas líneas, las Navidades pasadas prometían ser cuando menos diferentes de lo habitual y deparar tantas emociones como puede esperarse de un viaje para tales fines. Valga decir sin atisbo de duda que no defraudaron.
Ramiro Calle, pionero del yoga en nuestro país
Como las casualidades no existen, al poco de tener los billetes de avión y otros temas logísticos organizados, el libro Viaje a la India de Ramiro Calle (Ediciones Jaguar, 1999) se cruzó en mi camino en una librería de viejo. Como practicante de yoga que soy desde hace más de 25 años, ya conocía la figura de Ramiro Calle (Madrid, 1943), a quien nadie le discute el mérito de haber introducido la práctica del yoga en España y de tener una visión de esta práctica física y espiritual como lo que es realmente: un camino de autoconocimiento interno y externo y de acercamiento a la unicidad divina. Por tanto, me enfrasqué en la lectura de esta apasionante obra antes de iniciar mi particular viaje a la India. Así fue como descubrí en ella a un escritor dotado de una capacidad evocadora sin igual y de una prosa rica en matices que, sin ocultar ni suavizar los brutales contrastes e injusticias del subcontinente indio, sabe encontrar la riqueza de una cultura que desde Occidente a menudo ha quedado relegada a una caricatura de lo “espiritual” o a una visión que no va más allá de la miseria y la suciedad (que haberlas, haylas y en abundancia).
En realidad, el viaje a la India de Ramiro Calle es la suma de sus más de cuarenta visitas al subcontinente a lo largo de tres décadas, por lo que también nos explica la evolución que ha ido sufriendo el país desde sus primeros viajes allá por los años 60. Como cabe imaginar, los viajes de Calle no han sido en calidad de turista al uso sino como buscador de un legado riquísimo personificado en maestros espirituales, yoguis, lamas y eremitas, sin olvidar a la gente corriente. Si bien la edición que cayó en mis manos data de 1999 y es innegable que el país no ha sido ajeno a la infinidad de cambios que ha sufrido la sociedad a escala global, el libro sirve de perfecta introducción a una realidad que a menudo nos sobrepasa y que sigue tan vigente ahora como hace 25 años. De hecho, los primeros días de estancia en la India me sentía tan abrumada por el país y sus gentes, olores, costumbres, ritos, contrastes, pobreza, dignidad y un sinfín de experiencias intensas que no era capaz de describirlo a mis amistades que, desde España, no cesaban de preguntarme qué tal me iba.
De todos modos, cabe destacar que Calle nos transporta también de manera excelsa a los paisajes de este país inacabable de megápolis como Mumbai o Nueva Delhi y cordilleras como el Himalaya, pasando por villorrios anclados en el tiempo y poblados de personajes más dignos de una película que los actores y actrices más famosos de Bollywood. Así pues, esta es una lectura de lo más recomendable para quienes deseen adentrarse en un universo rico en contrastes, incapaz de dejar indiferente a quien lo visite y que, en mi caso, sirvió para cerciorarme de la agudeza y hondura con la que los ojos de Calle contemplan esta amalgama de culturas, tradiciones, prácticas y ritos que cada vez parecen más alejados de la “normalidad” de Occidente y que nos interpelan a cada paso para reformular nuestra lista de prioridades, intereses y deseos varios.
Para aquellos que deseen comprender mejor el universo y la profundidad que Calle ha puesto a nuestro alcance con sus obras escritas, pero se incline más por los medios audiovisuales recomiendo un documental dirigido por Nicholas Gauthier titulado Sâdhaka, la senda del yoga (2015). El documental expone las dudas y preguntas básicas que el narrador tiene sobre esta praxis milenaria, sin obviar cuestiones más profundas respecto a las pretensiones y/o realidades místico-esotéricas de dicha tradición. Así, se establece un diálogo entre las reflexiones del narrador y las respuestas de los diferentes protagonistas, Ramiro Calle entre ellos.
Mumbai en el cine
Ya que hablamos del formato audiovisual y retomando aquello de que las casualidades no existen, justo el día después de mi vuelta del viaje a la India, una película, protagonizada por mujeres y ambientada en el Mumbai actual, se estrenó en nuestro país después de alzarse con el Grand Prix de Cannes. All We Imagine as Light (2024) de Payal Kapadia, primer largometraje de ficción de esta directora india, presenta la vida de tres mujeres que coinciden en el espacio y el tiempo en la gran ciudad y que están atrapadas en una vida que no las convence, pero de la que difícilmente podrán escapar.
Narrada sin sentimentalismos, pero con un respeto y sensibilidad sobresalientes para con sus personajes, el espectador será testimonio de los avatares de sus vidas como se deja uno mecer por un viento que, aunque a veces sea como un azote y otras se torne en brisa suave, acaba dejando un regusto agridulce y nada almibarado sin que ello evite que haya un resquicio para la esperanza. Y todo ello bañado por una luz azulada que imprime un carácter inconfundible a la película.
Continuando con las películas que me acompañaron en mi particular viaje a la India, merece la pena destacar The Lunchbox (Ritesh Batra, 2013), otro filme ambientado en Mumbai, cuya presentación reza, muy oportunamente: “A veces el tren equivocado nos lleva a la estación adecuada”.
Aparte de mostrarnos la venerable tradición de los dabbawala, sistema mediante el cual los trabajadores reciben en su lugar de trabajo el almuerzo que se les ha preparado en casa o en una empresa dedicada a ello, este film enlaza con el comienzo de este artículo porque en él queda claro que las casualidades no existen y que todo sucede por algún motivo, aunque a veces no lo descubramos hasta pasado cierto tiempo.
Desde aquí pues mi más franca recomendación para dejarse abrumar y sorprender por un país que, entre otras muchas virtudes y también defectos, tiene el honor de ser la cuna de una práctica milenaria como el yoga en su vertiente más pura -y ya bastante desnaturalizada- y de una industria cinematográfica que va mucho más allá de las películas de Bollywood. Y a quienes carezcan de posibilidades, del tipo que sean, para embarcarse en un viaje largo en duración y que, por alejarnos tanto de nuestra “cómoda” realidad cotidiana, nos sitúa ante nuestras propias contradicciones, siempre les quedarán los libros y las películas, otra manera de viajar sin salir de casa, sin ensuciarse los pies, eso sí, ni presenciar situaciones dantescas que les remuevan las entrañas y cuyo recuerdo les asalte cuando menos se lo esperen, como es mi caso.
Mercè Diago Esteva
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